miércoles, 5 de noviembre de 2008

Seattle


Llegamos al centro un sabado por la manyana en el bus interurbano. Cafe de Starbucks. Rufus Wainwright desploma sus manos en un piano por el altavoz de un rincon del cafe. No hay muffins de chocolate, y ya no se que pedir, dice Gema. Yo me pido otra muffin de cereales y frutas del bosque. Ella tropieza con un donuts rebosante de azucar glas. Tomamos de pie los cafes, todas las mesas estan ocupadas por personajes Seattlelianos -porque sean de donde sean, yo ya los etiquete asi-. Minutos mas tarde, dos sujetos empiezan a discutir, hablan en voz mas alta de lo normal y eso, aqui, impresiona. Luego uno de ellos le dice al otro en voz alta y ronca: "Hey, free country" (este es un pais libre). La gente de alrededor les observa un tanto nerviosa, expectante, pero al final los contrincantes se retiran a la calle con sus deliberaciones. Luego todo se queda tranquilo y la gente vuelve a escudrinyar periodicos y revistas.
Salimos de alli y bajamos por Pike Street. A pesar de ser una de las calles mas famosas, no hay demasiada higiene. La desgastacion de los edificios antiguos por la humedad es corrosiva, veo una tiendecilla de articulos para el fumador, como un estanco cayendose a trozos por la suciedad y la atmosfera humidificada. Me asomo, queriendo ver si podia haber algun tipo de cigarros, lo que sea, me da igual, pero baratos. Soy interrumpida a los dos segundos por un tipo que sale todo cabreado de la tienda, y tira con mala leche las monedas del cambio en la puerta de la tienda. Marcha soltando unos cuantos improperios que no alcanzo a escuchar, pero tampoco me apetece. Seguimos direccion el mar -sin playa-.
Pero antes nos topamos con el mercado de la plaza Pike (Pike Place Market). Bueno, mejor dicho, con un cerdo enorme tallado en algo asi como metal. Y si te fijas en lo que pasa al fondo, descubres un gran puesto de pescado como los de verdad, los que se ven en los puertos: pescados enormes envueltos en una manta de hielo, con las branquias enrojecidas por la agonia de pelear su ultima batalla en las redes, la boca abierta, exhalando nada, las escamas purpureas y grisaceas, brillantes a la curiosa mirada de turistas japoneses, americanos y, porque no decirlo, dos espanyolas por lo menos. Mariscos de todo tipo y tamanyos, peceras gigantes con vecinos qe tuvieron mas o menos suerte que los que yacen ahora mordiendo el hielo. Carteles por todas partes, gente que tropieza con gente en la puerta del mercado. De repente, unos jovenes empiezan a canturrear algo, no acierto que cancion sera, pero lo hacen en voz tan alta que al principio no sabes a que viene y asusta. De los cantos pasan a lanzarse pescados unos a otros: uno se lo pasa a otro, y este a otro de mas atras, que lo coloca en el mostrador con el resto. Los turistas aplauden -las dos espanyolas, no- y un hombre decide -no sin la obligada presion de la comitiva- hacerse una foto con un pescado en la mano y a su vera uno de los chicos vociferantes, con el mandil salpicado de sangre y escamas. los dos posan sonrientes, mas el pescatero que el hombre, que sujeta el pescado haciendo una mueca entre asco y fingida satisfaccion, lamentandose quiza de que el cabron de su cunyado gritara y animara a la aficion para que se manchara las manos en pos de sujetar al enorme pez. Dejamos a esta comitiva y nos vamos al mirador, despues de convencerme de que una sudadera, por muy bonita que sea, no merece que se paguen 40 pavos por ella. Los astilleros al fondo a la izquierda, enormes maquinarias cuyos brazos se elevan hasta una altura de 50 metros sobre el mar, edificios al fondo, la bahia. No hay sol ese dia, mala suerte. El salitre nos llena los pulmones, y vamos a ver las otras tiendas del mercado. Hay de todo, ropas de seda, gorros de lana con orejeras, espejos de mano, carteles de peliculas antiguas, jabones, cinturones y carteras de piel, equipamiento de los Seahawks, el equipo de la ciudad -futbol americano, por si alguien se despista-, monederos de Nepal o Guatemala, objetos decorativos para todos los rincones de la casa, anillos, collares, pulseras, de todo. Y caro. Hay hasta una tienda de videntes donde el mismisimo Elvis te lee el futuro. Ahi esta el busto de Elvis, en una especie de cajon acristalado, con su disfraz blanco esperando que le eches la monedita para que se le encienda la luz. No se porque pero me da que el pobre se aburre bastante, por lo menos cuando lo vimos nosotras. Tiradas de cartas en medio de posters art-nouveau, elefantes sagrados y pitonisas enigmaticas. Toda una experiencia de tienda.
Salimos del mercado y vemos el otro mercado, el de la calle. Ahi si que encontre una sudadera a un precio mas razonable, 20 dolares mas impuestos -aqui te dicen el precio y luego te cobran eso mas los impuestos, un enganyo, vamos-. Hay un puesto donde un chico pinta a mano zapatillas Converse. Pero lo que mas me llama es la repentina visita de dos indios nativos a su puesto, uno de ellos de pelo moreno, lacio, brillante, recogido en una trenza finisima que le llega hasta el final de la espalda. La tez morena, rasgos faciales angulosos, duros, nariz afilada. Lleva una cazadora de cuero negra, y un pendiente en la oreja que cuelga una piedrecita de color hueso. Me pregunto si vivira en una reserva, o en la calle, o en algun piso milimetrado de Seattle, o en una casa en los suburbios. En ese momento, me gustaria hacerme pasar por periodista y preguntarle todo sobre su vida y sus antepasados, como vivieron, su forma de pensar y de enfrentarse a la vida con todos sus pros y contras. Pero seguimos con el puesto de al lado, donde hacen figuritas de cristal de colores en combinaciones casi acrobaticas en tan poco espacio.

Es increible la cantidad de indigentes que nos encontramos de camino a una de las torres mas altas del mundo, la Space Needle. Mucha, demasiada gente durmiendo en la calle, viviendo en la calle en una ciudad tan fria y humeda. No se acerca de las medidas de bienestar social del ayuntamiento de Seattle, pero no parece que le den muchas vueltas al asunto.

Llegamos al Space Needle y hacemos cola para subir. Despues de media hora esperando, 40 segundos de subida en el ascensor y alli estamos, en otra dimension, en lo mas alto de lo alto. Nos tomamos un cafe a bordo, y yo llamo a casa, pero no me lo cogen. Salimos fuera, a la especie de balcon, y me da un mareo que me da la sensacion de que soy absorvida por el vacio. Gema va delane rodeando la torre, grabando un video. Yo intento seguirla, intentando no tropezar. La sensacion es desagradable, como si la fuerza gravitatoria tirara de mi hacia afuera. Pero una vez dentro ya nada, normal. Curioso...

Para volver, cogimos el tranvia, cuyos railes van apoyados en una plataforma por encima de las calles o pegada a los edificios altos -rollo futurista-. Pero el viaje fue muy cortito, solo hay dos trayectos de este tipo de tren que pasan por el centro -estoy aun en proceso de documentacion sobre la ciudad-. Fuimos hacia la parada de autobus, donde habiamos llegado temprano en la manyana. La prisa nos hizo coger uno que no hizo sino hacernos llegar hora y media mas tarde de lo previsto al hotel. Pero vimos todos los suburbios de Seattle...

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