En aquella manyana fria de diciembre, un par de grumos de nieve mal colocados, y en dos volantazos terminariamos en la cuneta de aquella autovia que parecia suturar el desierto nevado en dos. El polvo blanco serpenteaba en la calzada como la cola del demonio. Nevaba, pero no mucho, los copillos eran expulsados estoicamente por unos parabrisas enloquecidos. Dentro del coche, el calor me asfixiaba la garganta, cubierta al foulard estampado con coquetos flecos, amarrado a ella cual torniquete. Idaho era (y seguira siendo) un estado frio, lleno de arboles y lagos, famoso por los pescados y las patatas. Nos dirigiamos a Coueur d'Alene, una ciudad pequenya, abarrotada de luces de navidad por aquel entonces, y de pequenos cafes y stores, tiendecillas de regalos cucos y casas senoriales donde se atisbaba un calor chisporroteante y apetecible como un chocolate caliente. Aqui se debe de gastar una barbaridad en electricidad, me digo, asombrada al contemplar tanta luz y tanta chorrada colgante de las terrazas, cocheras, jardines y salas de estar; todas las casas estan iluminadas de espiritu navideno y tanto, que si fuera por cualquier otro motivo acusarian a los vecinos de escandalo publico. Garrotes de piruleta rallados de rojo y blanco, marcando como pilotitos de carretera el pasillo de entrada a los hogares, globos en forma de Papa Noel con luces por dentro a modo de Gusiluces, contoneandose al ritmo del viento glacial , lucecitas color blanco, rojeo, verde y amarillo centelleaban, carteles de Feliz Navidad atestaban los portales y los muebles, abetos atestados de bolas y luces de colores amenazaban con desparramar miles de bolas de colores a la mas minima... Todo lo impregnaba la Navidad, la radio escupia 7 canciones navidenyas de cada 10 que pudiera pinchar en toda una manyana, toda una odisea, sobre todo esto ultimo, el oido nunca se acostumbra a lo que no le gusta, y eso es algo someramente molesto.
Me dolia el estomago y tenia ganas de llegar. La musica ochentera que sonaba en la radio me desconcentraba de mi lectura, lo cual me tenia ya un poco mosqueada, entretanto quedaba como una hora, si la nieve no volcaba el coche como a una tortuga. Pensamientos siniestros aparte, me encontraba estupendamente leyendo a Vargas Llosa, autor a quien descubria en aquel momento. La historia de un interprete enloquecido de amor por una triunfante y tremendamente sobervia mujerzuela a lo largo de decadas, apasionante. Como decia, mis pensamientos siniestros llegaron evocados por la vision de una jargo en la cuneta, con el chasis destrozado y de media vuelta, mirando a los que iban, a nosotros. En ese instante, al mismo tiempo, mi mente evocaba otra tragedia (a veces, cuando ves una te acuerdas de muchas otras, aunque solo sea para comparar unas con otras y preguntarte el porque o el como paso o el que se pudo haber hecho): un chico fue asesinado en Sunnyside a tiros por otro de su misma edad, esto es, 17 anyos. Lo mato a bocajarro, por haberle visto arrojar piedras contra su coche. Dias mas tarde, un profesor de uno de los colegios donde trabajo me comento que era gente de las gangs o bandas, o como en mejicano se conoce, los cholos (curioso saber que, dias mas tarde, conociendo el norte de Oahu en el estado de Hawaii, fuimos un dia a comer a un restaurante de comida mejicana llamado Los Cholos). Pero esto no ha sido lo unico desde que estoy aqui, por desgracia la delincuencia es camufla sigilosa entre alfombras y guanteras de coches para resurgir en el momento mas inesperado, haya techo arriba o cielo desnudo. Le gente convive con ello como yo estoy haciendo ahora sin remedio, y en los colegios la proteccion es, en cantidad y calidad comparable al silencio y la calma aparente.
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