A semana y pico de irme de aquí, las reflexiones cobran más fuerza. Estas últimas semanas las he aprovechado para conocer más la realidad del sitio donde he elegido vivir estos 9 largos meses. Nos hemos ido a ver un rodeo (en este caso, competición cuyos participantes eran adolescentes, pero no exentos de técnica y espíritu, a pesar de no ser profesionales), he visitado una copia del santuario de Stonehedge (monumento, en el caso americano, a los caídos en las distintas y nefastas guerras en las que se ha metido este país), una casa-museo (como un palacete) con piezas de arte de una reina rumana de principios de siglo XX, esculturas de Rodin y, lo más interesante para mí (seré una snob, pero el arte, si ha sido expoliado, y de esto saben mucho por aquí, ya no me llama tanto la atención), restos de lo que formaba parte de las creencias espirituales y de la vida cotidiana de los nativos americanos ( y no "indios", como corregía Thunder Mountain, así me he corregido yo también. Gracias, Thunder, eres todo un personaje que recordaré siempre, tanto por lo bueno como por lo malo). Para llegar a estos lugares he contemplado desérticos paisajes, el rio Columbia, algunos bosques, tierras donde pastan caballos salvajes, y la reserva de nativos americanos más grande de este estado, Washington. Todo un festival para el sentido de la vista, no puedo precisar más, hay que verlo. Prácticamente he visto todo lo que yo quería ver, observar, analizar con mis propios ojos. Me voy con muy buen sabor de boca, y no es para menos.
Ahora toca, como escribía un compañero de viaje, reflexionar sobre todo lo vivido y aprender de ello lo máximo posible, que estas experiencias no se queden atrás. Y seguir hacia adelante.
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